
Nuestro protagonista se despierta atado con “sogas” de plástico en el piso de un congelador, sin idea aparente de cómo llegó ahí ni por qué razón. Luego de unos momentos de lucidez, en los que se desata del primer aprieto, entran un par de rufianes preguntando por el dinero. Como el personaje principal no tiene idea de qué dinero se está mencionando (y casi ni los entiende porque están hablando en ruso), pero sí se da cuenta que hay un alto porcentaje de chance que no salga vivo de este lugar, tendrá que armar el rompecabezas de su predicamento poco a poco para ver en qué lío inadvertido fue que se metió. Nuestro protagonista (lo sigo llamando así porque se me olvidó el nombre) hace cosas para no congelarse que momentos antes yo mismo pensé que yo haría en dicha situación. Me gusta cuando un guión utiliza lógica para resolver problemas, no una idea sacada del éter por los escritores.
El hoyo al que me refiero no es con la historia o la actuación, sino con el lugar. Cuando vemos donde todo ha sucedido al final, no corresponden físicamente los escenarios. No hay puertas donde debe haber, si hay donde no debe, etc. Pero eso es lo de menos. Es de esas películas que demuestran que con cualquier cantidad de dinero, si tienes un buen guión, se hace una buena historia (ok, también hay que tener competentes actores y directores, etc.).
7 estufas improvisadas para calentarse las manos que luego aparentan no causar daño físico de 10.
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