martes, 5 de enero de 2010

Gran Torino

Clint ha sabido utilizar su edad y estoicismo para crear personajes maduros que no comen cuentos de nadie. Aquí trabaja como un polaco racista al final de su vida, enfermo y viudo, sin familia que lo quiera demasiado, cuyo vecindario de tantos años ha ido cambiando, llenándose de inmigrantes asiáticos. Para un tipo que peleó en la guerra de Corea en los 1950s, esto no es fácil. Más cuando encuentra a su vecinito tratando con ineptitud de robarle el carro marca Gran Torino del garaje.
Por la forzosa interacción con la familia vecina, que quiere reponer el honor haciendo que el chico le trabaje a Clint de gratis por una cantidad de tiempo, el hombre poco a poco no sólo deja su visión negativa de todo lo que no conoce, sino que comienza a cogerles cariño.
Una buena historia, con buen mensaje y la ya siempre esperada buena dirección del ‘hombre sin nombre’.
8 buenas-jarturas-como-invitado-de-una-fiesta-Hmong de 10.

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